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El desfibrilador

La Opinión de Tenerife, 8 de febrero de 2008

Canarias contará en breve con desfibriladores en lugares públicos para atajar aquellos infartos más o menos inesperados.


Para quien no maneje la jerga correspondiente, un desfibrilador es un aparato moderno que va metido en un maletín y consiste en un par de chácaras que, conectadas a una batería eléctrica, sueltan un correntazo capaz de resucitar a un muerto y ponerlo a bailar un tajaraste.


El anuncio de los desfibriladores lo ha hecho el Consejero de Presidencia, José Miguel Ruano, que ya estaba tardando mucho en sacar una de las suyas y mira que se le podía haber ocurrido antes, mientras era Consejero de la Cosa Educativa, por ejemplo, para poner en su sitio a esos regatones desinquietos que anidan en nuestras superpobladas aulas.


Yo, con una tiza en una mano y un desfibrilador de esos en la otra, soy capaz de enfrentarme a un aula de cuarenta regatones de ochenta nacionalidades diferentes sin despeinarme, y llegar a fin de curso sin pedir una sola baja por depresión. Un Terminator educativo, vamos.


Pero la cosa del desfibrilador, por desgracia, no va por ahí: se trata de salvar vidas, no de darles el pasaporte antes de tiempo.


La idea, en sí misma, no es mala; hay que reconocerlo. Aunque si te pones a pensarlo un poco, entonces te asaltan algunas dudas. ¿Cuáles son esos lugares públicos en donde los desfibriladores van a morirse de risa, colgando de una telaraña, mientras esperan que al respetable le dé el chuchazo para irse al otro barrio sine die?


¿Quiénes serán los encargados de hacerle el mantenimiento al desfibrilador? ¿Los de Unelco? ¿El taller de la esquina? ¿Motu proprio? ¿Y si, llegado el momento, la batería está descargada? ¿Bastará con arrearle un chacarazo en el colodrillo al infartado?


Mr. Desfibrilator ha dicho que los lugares idóneos serán, por ejemplo, los puertos y aeropuertos, que es donde, por lo visto, a la basca le da de último por irse de viaje sin avisar, con la consiguiente mala imagen para el turismo entrante que observa atónito cómo el pasaje se nos queda en los andenes después de disfrutar de esa pensión completa de ensueño en un hotelazo del sur de la isla.

Sin embargo, opino que lo de la ubicación del desfibrilador es, al fin y al cabo, una lotería, como la del parón cardíaco. ¿Y si a la gente le da de repente por infartarse en otro sitio? En los ambulatorios, por ejemplo, que no es de extrañar. ¿Dónde están ahora esos desfibriladores cuando los necesitas? ¿Quién se los llevó al Puerto de La Estaca?


Yo no estoy en contra de los desfibriladores ni de la empresa adjudicataria que le va a recargar las baterías al Señor Ruano, pero opino que esto de los infartos hay que seguir dejándolo al libre albedrío de la Humanidad y educar a la basca en comportamientos y hábitos sanos de los que no tenga que arrepentirse el Día del Desfibrilador.


Y esas perritas de las recargas ahorrarlas para otra cosa.

Zurrón Vintage
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