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Releyendo a Judas


Aprovechando la vacanza de Semana Santa, releo algunas páginas del Evangelio de Judas, un texto copto del siglo II, restaurado y traducido en 2006 por los chicos del National Geographic, donde se describe a Judas, uno de los Doce Apóstoles, como el preferido de Jesús y no como el malo de la peli que nos habían descrito los otros evangelistas, celosos ellos.


Este Evangelio de Judas se suma a los cuatro tradicionales (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), textos cristianos sobre los que, junto a las Cartas de San Pablo y las reseñas de autores como el filósofo Justino, Orígenes (et alii), se asientan las bases de la vida y obra de Jesús.


El hecho de que los evangelios fueran redactados muy posteriormente a la fecha histórica en que tuvieron lugar ha movido a la basca a dudar de la existencia de la persona de Jesús. Sin embargo, está atestiguada su existencia por fuentes no cristianas, como los historiadores romanos Suetonio, Tácito y Plinio el Joven.


El Evangelio de Judas nos viene a revelar que en realidad el malo de la película era el único bueno de los Doce, pues sacrificó su vida para investir de divinidad al Maestro.


Generalmente, el malo de la película suele ser también el más listo del reparto, razón por la cual Jesús decide chivar a Judas (y no a otro) los misterios del Reino a cambio de formar parte de su gran plan que, como en las buenas tragedias griegas, debía concluir con una gran desgracia que conduciría al pueblo a la gran catarsis: el Cristianismo, en su caso.


Por otra parte, el evangelio de Judas nos deja clara constancia de la figura humana de Jesús que, sólo después de la traición y la muerte, va a alcanzar su condición divina.


Los detractores del Cristianismo tienden a poner en entredicho la figura de Jesús precisamente por el carácter divino o espectacular de muchos de sus actos milagrosos. Sin embargo, lo menos importante de la vida de Jesús son sus milagros.


No es preciso creer en Jesús por sus milagros, ni mucho menos en el Padre por los milagros del Hijo; en cualquier caso, sus milagros deberían hacernos dudar (condición sine qua non para un creyente en ciernes).


El doctor House diría que a Lázaro no lo resucitó Jesús, sino que era epiléptico y sufría un episodio de catalepsia transitoria; mientras que un economista diría que lo de la multiplicación de los panes y los peces no fue más que una inversión a fondo perdido del capital que manejaban los apóstoles.


Insisto, lo de menos en la vida de Jesús son sus milagros. Lo que a uno le seduce de Jesús es su figura histórica y ese mensaje universal de propagar el amor haciendo la guerra (Jesús fue un revolucionario hippy a todos los niveles).


La vida y la obra de Jesús deberían servirnos a todo el respetable como referente vital, al igual que la de muchos otros personajes históricos que han tratado de hacer de este mundo de tinieblas un paraíso de la libertad.


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