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El ser tridimensional


Como estamos en Semana Santa, vamos a aprovechar la ocasión para hablar del ser tridimensional.


A veces uno se pone filosófico, se despierta por las mañanas con ciertas ínfulas incrustadas en el cerebro y prefiere dejar de lado otros asuntos menores para sumergirse de pleno en esas otras aguas, más turbias aún, que conforman la esencia del ser humano.


No pretende uno dárselas de genio pensador ni tampoco sentar cátedra sobre nada, sólo que a veces se levanta uno con ganas de aclarar la difuminada imagen que tiene del mundo en que vive, intentando dar explicación al comportamiento humano.


Somos de la opinión de que todo hombre encierra en su interior un ser tridimensional.


Me va a permitir el feminismo más rampante que utilice el vocablo “hombre” para designar a la especie humana, pues me respaldan más de dos mil años de historia de la lengua (el vocablo procede del latín hominem) y me avala la mismísima Real Academia Española de la Lengua que en la primera acepción lo define como “ser animado racional”, englobado como tal todo el género humano (y perdonen el englobado, pero es que habitamos un globo, terráqueo para más señas).


Como decíamos, en todo hombre se encierra un ser tridimensional. Estas tres dimensiones son: la física o sensible, la racional o intelectual y la espiritual o mística.


La dimensión física o sensible sería la que nos relaciona directamente con otras especies animales e incluiría aquellos comportamientos que nos mueven a satisfacer nuestros instintos individuales más primarios, como la alimentación o el sexo, y socialmente a juntarnos en las más variopintas agrupaciones con las más variopintas intenciones (generalmente como defensa frente a otras variopintas agrupaciones similares).


Luego está la dimensión racional o intelectual que, como ha dicho el DRAE, es aquella que hace único al hombre frente al resto de las especies de este mundo.


No me dejaría cortar una mano en este punto, pero vamos a convenir, por esta vez, que es cierto; aunque a veces el comportamiento de algunos especímenes nos relegue a la primera dimensión sin posibilidad de progresión.


Esta dimensión racional es la que nos permite entender la realidad de forma objetiva utilizando una cosa que se llama inteligencia que ha permitido evolucionar al hombre en su manera de entender el universo.


Y, finalmente, está la dimensión mística o espiritual, una tercera dimensión que siempre ha estado presente en el ser humano desde sus orígenes y que ha llevado al hombre a creer firmemente en principios irracionales o simplemente ininteligibles al seco escrutinio de la razón (véase, por ejemplo, Dios).


En todos nosotros reside cada una de estas dimensiones, desarrolladas en mayor o en menor medida. En ningún caso, estas dimensiones interfieren entre sí o, al menos, no deberían. Vamos, que puede existir un científico de la NASA que crea en Dios y que, además, folle mucho.


Sólo queda que cada uno de nosotros analice cómo se distribuyen esas tres dimensiones en la barra de energía del videojuego de nuestra vida.


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