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George Bataille: el éxtasis del mercenario


Este año se cumplen ciento veinte del nacimiento de George Bataille (1897-1962), intelectual francés incatalogable en la cultura de su país y descatalogado del pensamiento europeo contemporáneo en el que nunca llegó a hacer mella suficiente a pesar de la compilación de su obra, llevada a cabo por Michel Foucault, y de homenajes institucionales más o menos transitorios e interesados.


Geroge Bataille era un mercenario de la literatura que no sentía las piernas que lo conectaban al mundo real y se refugió entre las letras impresas, otro mundo alternativo donde trató de imponer sus propias reglas.


Bataille fue una víctima de la vida, un damnificado de su propia existencia material, que buscó su salvación como mercenario literario, perdido entre la selva de libros de las bibliotecas (era bibliotecario), confundido entre el pensamiento que lo acechaba tras cada volumen.


Bataille trató de crear su propio universo ideológico, un universo que no llegó a cuajar como sistema filosófico y en el cual refulgían tímidamente para el resto de los mortales, como lejanos cañonazos en la noche, los más variados y diversos géneros: novela, poesía, ensayo (filosofía, economía, erotismo, etc.).


El primer Bataille, el joven licenciado de la Escuela de Archivos y Bibliotecas, entró en contacto con corrientes ideológicas y estéticas tan dispares como el surrealismo, el marxismo o el existencialismo, tendencias contra las que se volvería más tarde en un ataque subversivo y desmedido por todos sus flancos.


Fruto de esta transgresión a sus bases ideológicas, encontramos una obra sembrada de minas contra los convencionalismos y los presupuestos morales en boga por la Europa de su tiempo, una obra camuflada, estratégica o descaradamente, de minas antipersonas, como las reservadas a Paul Sartre en Crítica.


En la espinosa obra de Bataille florecen las alambradas de la violencia, el sadismo, lo obsceno, la perversión de lo sagrado… Todas ellas recluyen tras de sí a un Bataille de carácter esquivo y malhumorado, de convicto heterodoxo quemado por la ortodoxia ideológica del campo de concentración que era por entonces el Viejo Continente.


Bataille era un pensador underground cuyo universo es una regresión a las soleadas antípodas del conocimiento y la moral, donde se hayan bronceando sus almas los verdaderos protagonistas de la Historia (los Olvidados), lejos de la inmortalidad de las enciclopedias.


Pero Bataille era también un místico, un teresiano gabacho que levitaba en sus obras como Santa Teresa de Jesús y que alcanzaba el orgasmo espiritual (como también la religiosa abulense, de quien escribió un ensayo) contemplando desde las alturas un mundo sobre el que luego aligeraba su vientre en su obra.


El concepto de erotismo en Bataille es fundamental. Para el promiscuo escritor el erotismo era “la afirmación de la vida hasta en la muerte”. Su sexualidad se pierde en las fronteras de lo material y lo incorpóreo.


Follar es la vigencia y la autoafirmación del alma que se agazapa tras un cuerpo pertrechado de apéndices más o menos sensibles y sinuosas carnosidades (el amasijo de carne sexuada del hombre y la mujer).


Con el orgasmo, el alma conquista el mundo, se evade de la caverna humana y platónica en la que está recluida, en forma de hálito bucal, como ya dejaron claro en su momento los antiguos griegos cuando revelaron al mundo la dualidad soma/psiché.


Sólo que el alma de Bataille no muere tras el polvo espiritual (el orgasmo), sino que regresa a las entrañas cavernosas del organismo a esperar una nueva oportunidad para ratificar su existencia.


Bataille nos penetra con su erotismo punzante de obras tales como Historia del ojo (escatológico), que inspiró a Luis Buñuel en su Perro andaluz, o El pequeño, Madame Edwarda, Mi madre, etc., todas ellas libidinosas, oscuras y transgresoras hasta límites insoportables.


También las estructuras económicas y sociales se resquebrajan ante la mirada displicente de Bataille (ver su ensayo La parte maldita), que justifica la base del comportamiento social del hombre en la noción de derroche (¡tan actual!); lo cual nos demuestra que sus delirios místicos lo transportaban al futuro y le mostraban una realidad que se presentía y que estaba al caer.


Actualmente nuestro autor ha sido olvidado por el gran público (?), rebajado a la condición de insecto raro, diseccionado, si acaso, por el eufórico escalpelo de algún doctorando ávido del laurel universitario.


Su obra permanecerá ilegible y maldita para las generaciones venideras, pues quienes debieran prolongar las abluciones estéticas de este místico moderno, hace tiempo que lo dejaron tirado en el frente, en su propio campo de batalla: el Campo de Bataille.

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