Los alumnos
Los alumnos son como los chinos: son todos iguales. Tantos años en la enseñanza y ahora se viene uno a dar cuenta, con esta cosa de los traslados, de que todos los alumnos, no sólo en el fondo sino también en la forma, son calcados unos a otros independientemente de su ubicación geográfica.
Ahora comprendo a los chinos cuando dicen que, para ellos, también los occidentales son todos parecidos. Y es verdad, tienen toda la razón: hay algo en nuestra raza blanca (un suponer) que nos hace a todos idénticos. Y para eso se tiene uno que hacer profesor itinerante: para dedicarse a estas y otras investigaciones acerca de la idiosincrasia de la raza humana.
Yo, personalmente, me siento en este Centro como un taimado antropólogo que va descubriendo una nueva especie animal en cada rincón y no lo comparte con nadie para un día de estos llevarse él solo la gloria del Premio Nobel por el descubrimiento de un hábitat tan exclusivo.
Pero volvamos a los alumnos, que es de lo que trata mayormente esta cuarta misiva. Y es que cada día, cuando paso lista, me quedo un rato mirando (extasiado) los rostros de los alumnos, intentando creerme esta oriental teoría a cerca del género humano, que también he hecho mía tras una concienzuda investigación en toda regla que estoy llevando a cabo.
Muchas veces pierdo el norte en estas visiones y me transporto a un lugar intemporal en el que me imagino a estos imberbes de La Laguna sentados frente a mí en cualquiera de los lugares en que he vivido como profesor en el pasado y, entonces, los alumnos me tienen que despertar de mi ensueño y recordarme donde estoy después de dedicarme una sonora reprimenda.
Hay algo en los rostros de los alumnos (aparte orejas, bocas y narices) que los hace a todos iguales, algo que todavía no he descubierto pero que me he propuesto destapar de aquí a fin de curso.
No quiero esbozarles todavía una tesis precipitada, así que prefiero esperar. Voy a darme mi tiempo, porque hay muchas cosas que investigar en este Centro y algunas, sobre todo, que debo darles cierta prioridad, como el asunto de las llaves, que me sigue oliendo a chamusquina. Estoy en ello.
Continuando con los alumnos, tengo que decirles que me han puesto en tercero de la ESO una alumna sordomuda (no oye ni habla). Aquí tienen un plan especial de atención a alumnos con discapacidad auditiva (yo los llamo sordos y me quedo tan pancho) y a algunas clases asiste un señor (o señora, dependiendo del día) especialista en el lenguaje de signos, que empieza a convertir lo que tú dices en lenguaje gestual.
A mí no me hace mucha gracia que este señor (o señora) se ponga al lado mío a repetir lo que digo, moviendo las manos y los dedos en todas direcciones como si le hubiera dado de repente el mal de San Vito.
Son unos tíos jóvenes, recién salidos de la academia esta donde enseñan a hablar con las manos y, para mí, no son de fiar. No los veo yo muy diestros, les falta más rodaje en las muñecas, incluso se traban a veces y la mano se les queda parada en el aire como si de repente se les hubiera petrificado.
A saber lo que le estarán diciendo a la pobre chica y lo que ésta entiende, porque es imposible que todo lo que yo explico se pueda reproducir con cuatro rebujones en el aire.
Por eso, cuando el traductor sale un momento al baño, yo, que me he fijado mucho en el lenguaje este de los signos, aprovecho la ocasión para desmentirle a la sordita lo que el otro le acaba de traducir y empiezo a mover los brazos y las manos arriba y abajo, a mi manera, como si bailara flamenco, y la sordita me entiende todo y, encima, parece que le gusta este estilillo mío (no sé si llamarlo acento) para comunicarme con los discapacitados auditivos, porque ella se ríe y todo.
En fin, que cada día aprende uno cosas nuevas. Me hubiera gustado mucho enviarles esta carta traducida al lenguaje de signos, pero los tortazos y desgarrones que le daba al folio no dejaban rastro de lenguaje alguno inteligible.
Además, me gustaría que se fijaran en este estilillo flamenco que he ido desarrollando en mis calladas conversaciones con la sordita. La próxima carta se las enviaré grabada en una cinta de video.