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La gripe de la polla

La Opinión de Tenerife, 23 de enero de 2008


Parece ser que se han detectado nuevos casos de gripe aviar (o gripe de la polla, como nos gusta llamarla en este blog) en Reino Unido, Alemania y Países Bajos. Unos expertos en aves de corral de la Comisión Europea han cacareado que los casos detectados se deben al contagio provocado por aves migratorias enfermas. Vamos a ver.


Para empezar no se escandalice el lector por la expresión que utilizamos. Tiene su razón de ser y a la etimología me acojo (del latín avis, que significa ave o pollo en cualquiera de sus dos géneros). Yo me preocuparía, empero, por la enfermedad en cuestión, especialmente por el hecho de que en la Unión Europea trabajen personas expertas en aves de corral.


Porque vamos a ver, no es que nos parezca mal el oficio este, se trata de una especialidad profesional tan digna y relevante para la cosa europea como la de experto en política internacional o en economía sumergida. Lo que nos preocupa es que haya unos señores en nómina criando gallinas en los bajos del Parlamento de Estrasburgo con la crisis que corre.


Parece ser que, en su momento, esta gripe procedía de una comunidad gallinácea de origen asiático. Los primeros casos relacionados con enfermedades respiratorias se detectaron en Hong Kong en 1997 y no es la primera vez que son descubiertas en Europa estas pollas sospechosas, capaces de contagiar a una persona, aunque en principio, según los cerebritos de la cosa, un virus aviar no tiene nada que rascar en un organismo humano o mamífero.


Sin embargo, el quid de la cuestión está en si usted se infecta al mismo tiempo de un virus de la polla (por ejemplo, la variante H5N8 localizada estos días) y de otro virus humano, pongamos por caso un simple catarro o unas clamidias de no te rasques. En ese caso, absténgase usted de comer pechuga de pavo (que ahora está tan de moda) de los países anteriormente citados en la arrancadilla, porque entonces se puede originar una mutación genética que no hay cuerpo humano que la soporte.


La gripe de la polla procede de Asia, desde hace tiempo viene mutándose por doquier, desde Indonesia a Corea, desde Filipinas a la India y desde ahí todo seguido hacia Occidente, sin que nadie pueda pararle los pies al virus. Ya se sabe cómo son estas cosas de la polla.


Este virus tan turístico y vocinglero tiene acojonada a la basca y un día de estos va a salir un señor en la teletrofia diciendo que un primo-hermano suyo se parece mucho al gallo Claudio y la cadena en cuestión le pagará un pastón para que el notas se lo gaste en grano para alimentar al pariente.


Lo de la gripe de la polla asiática (todo hay que decirlo) no deja de tener ciertas connotaciones xenófobas y puede provocar una crisis internacional que desemboque en el cierre de fronteras y de mercadillos de todo a un euro. Pero, sobre todo, a partir de ahora perderán su reputación aquellas místicas pollas que procedían de Oriente.


No obstante, pienso que el problema no radica en que la polla asiática tenga gripe, sino en quién le pegó primero la gripe a la polla, esa enfermedad tan humana que atasca las narices y las consultas de la Seguridad Social. Para mí que aquí hay gato (o polla) encerrado.


¿Qué ha ocurrido para que un ave haya contraído la gripe? ¿Qué fantasías alucinatorias han provocado semejante depravación en un malayo con unas décimas de fiebre? La culpa no es de la polla, señores, sino del desgraciado que dejó tirado el clínex en el gallinero.



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