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Violencia móvil

La Opinión de Tenerife, 15 de marzo de 2006


En el Ayuntamiento de Boadilla del Monte (Comunidad de Madrid) se han sacado de la chistera tecnológica una aplicación de teléfono móvil para que los adolescentes puedan detectar posibles conductas de riesgo relacionadas con la violencia de género.


A la app de marras la han denominado Amor Guapo (con palabras que los escolásticos puedan entender bien) y la intención es que, a través de una serie de indicaciones de la maquinita, los jóvenes puedan evaluar sus relaciones de pareja y determinar si la cosa va bene o están siendo acosados por el pana o la pana, que de todo hay en la viña de los perseguidores, como diría Julio Cortázar.


Somos un tanto escépticos en cuanto a la funcionalidad de estas chafalmejadas tecnológicas para solucionar problemas que deben resolverse por la vía directa, tête à tête, sobre todo teniendo en cuenta que de un tiempo a esta parte el propio móvil se ha convertido también en un foco de actividades violentas.


No hace mucho saltaron a la palestra informativa algunos casos de jóvenes que, pertrechados con su móvil de última generación, se dedicaban a montar peleas (generalmente en algún colegio) donde un figurante recibía una traquina de campeonato que lo dejaba tocado para el resto de las evaluaciones.


Por si fuera poca la tunda, el corto de no ficción quedaba grabado en el móvil para luego ir a fardar con las pibas o colgarlo en La Socia, que es el nuevo olimpo de los malhechores a pesar de los gobiernos y sociedades de autores.


En este asunto de la violencia móvil hay mucho que analizar y, tal vez, lo de menos sea la paliza que recibe el pelanas de turno, generalmente uno que se había ganado la fama de flojo en los recreos.


Todos hemos recibido en nuestra infancia ese acoso del abusón del patio que no dejaba de tocarte las narices por una cuestión de refuerzo del ego adolescente hasta que al final te las tocaba y te dejaba en paz. A uno de mi barrio, le dije una vez, sin mediar cortejo, que a qué estaba aguardando para meterme la hostia y todavía estoy esperando sentado. La gente no cumple su palabra.


Batallitas aparte, el problema de la violencia móvil se terminaría muy fácil: quitando el móvil de ese binomio estúpido que hemos acuñado y dejando la violencia sola, a secas. Todo este problema viene por ese aparatejo sin cable que los escolásticos guardan donde hasta no hace mucho escondíamos el peine a las pibas.


La zurra no le viene mal a nadie, si no es reiterada o por vicio. Porque éste es precisamente el verdadero quid de la cuestión de la violencia móvil: la violencia convertida en vicio por intersección de la tecnología.


¿Qué hacen unos pipiolos de doce tacos con un móvil bajo la sobaquera como una Magnum de repetición? ¿Qué necesidad tienen de estar disponibles las veinticuatro horas? ¿Se están perdiendo algo importante que está ocurriendo ahora mismo en el mundo o acaso se trata del inusitado interés de una generación de padres online? ¿Y qué pintan esos aparatejos en los colegios e institutos que se están convirtiendo en una convención anual de pulgares desquiciados?


Insisto en que el problema de la violencia móvil reside en el adminículo de marras, con lo cual llegamos a una segunda conclusión: que las nuevas tecnologías generan violencia.


No tenía uno ya bastante con la paliza, que ahora viene, encima, el Tarantino de turno a filmar su propia versión de Reservoir Dogs y llevarse, él solito, los royalties por la cara.


La tecnología genera violencia por necesidad, ahí está la Historia para corroborarlo. Por ejemplo, el tío ese de Atapuerca inventó el garrote para no desollarse los nudillos cada vez que quería robarle el almuerzo al flojo de la Prehistoria, que es en realidad el eslabón perdido que nos une a los monos. O como queda sobradamente demostrado en temas como la industria armamentística.


La Historia de la Humanidad es un relato fehaciente de los avances tecnológicos del género humano, que corre paralela a una necesidad del respetable por aquilatar su yo violento. Por eso somos escépticos con este tipo de amores guapos, porque al final va a pasar lo de siempre: que será más importante el continente que el contenido.


Zurrón Vintage
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