Olor a pies
La Opinión de Tenerife, 10 de agosto de 2004
Hay algo que distingue al ser humano por encima de su condición racial, política, social o religiosa. Ese algo se llama olor a pies.
El olor a pies es una tarjeta de identidad que no tiene nada que ver con ese nuevo DNI 3.0 que quiere imponer el Ministerio del Interior de las Españas (que es capaz de mandar hasta whatsapps), pero que en cambio nos aclara muchas cosas acerca de la condición humana y del origen del individuo.
No voy a realizar aquí un estudio de pedestre odorología (del latín odor, olor) ni a recomendarles niguna sesión de rancia aromaterapia, pero sí me gustaría llamarles la atención sobre aquellos pies que no huelen a nada.
Desconfíe usted de un señor (o señora) al que no le huelen los pies. Por si las moscas, cuando me presento a un desconocido, me pongo a sus pies, lo descalzo y aplico mis narices con sonora educación. Y es que uno no se debe fiar de un individuo al que no le huelen los pies (bien o mal).
Las bases de una convivencia saludable deben asentarse sobre la consabida dialéctica aromática. Unos pies que no huelen son unos pies sospechosos, que no son de este mundo, unos pies extraterrestres o intergalácticos, pues ya se sabe que en el espacio exterior todo es silencioso e inodoro.
Por eso más de uno en mi casa me quiere mandar por certificado a la Estación Espacial Internacional, porque allí no le huelen los pies a los astronautas, ni sudan, y hacen sus necesidades en estado de ingravidez y así no manchan la taza, que ya sabemos como se desenvuelve todo hombre cuando consulta el oráculo del excusado.
De modo que al ser humano hay que entrarle por los pies según esta confrontada teoría mía, porque este mundo está hecho por y para los pies. No obstante, lo sostiene un gigante que de vez en cuando mueve los pies y provoca terremotos y un olor sulfuroso a queso que suele preocupar bastante al comité de científicos locales y al Instituto Geográfico Nacional.
A todos ellos les inquieta que le huelan los pies a Atlas y que de vez en cuando se mueva, el muy gigante, que ya uno no se puede fiar ni de las mitologías.
Pero los pies que me preocupan no son los del hijo de Jápeto y Clímene, sino los pinreles de los mortales que me rodean y por eso me obsesiona que a mis amigos les huelan los pies (condición sine qua non).
Porque lo que en verdad distingue al hombre del mono es el olor a pies, que de eso no se dio cuenta Darwin cuando formuló su Teoría de la Evolución de las Especies y así nos va.
En verdad os digo, hermanos, que el ser humano no es más que un mono con olor a pies.