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Parábola de la goma de borrar


Hace mucho tiempo, caminaba por la calle cabizbajo, pensando qué hacer con mi vida y con la de aquellos que me rodeaban. No encontraba respuesta. Necesitaba borrar todo lo anterior y abrir una cuenta nueva con el poco saldo que me quedaba de ánimo.


Entonces, se me acercó un tipo por la calle y me dijo que él tenía la goma de borrar que yo estaba buscando. Me dijo que como aquélla no había ninguna y que no iba a encontrar una mejor en todo el mundo. Lo cierto es que aquella goma no se me parecía a ninguna otra que hubiera visto en mi vida. Además, aquel tipo me dijo que si no me funcionaba tenía cuatro años de garantía y, entonces, me devolvería el dinero. Así que compré la goma y me marché con unas ganas tremendas de utilizarla.


Pasaron los cuatro años, pero aquella goma no servía para nada. Busqué al vendedor por todos lados, pero no lo encontré. Creo que alguien me dijo que ahora trabajaba para otra empresa. De modo que seguí mi camino, hasta que se me acercó otro tipo, mejor vestido, que también vendía gomas de borrar. Me ofreció su producto, pero yo le conté lo que me había pasado con la goma anterior. Me aseguró que aquellas gomas no funcionaban porque estaban mal elaboradas y que él vendía una con todas las garantías, que incluía, además, un seguro a todo riesgo. Encima, me regalaban una enciclopedia. Sus gomas también tenían garantía de cuatro años. Debe ser algo corriente en el sector. La compré y me fui tan contento con mi goma de borrar, mi seguro a todo riesgo y la enciclopedia.


Pasaron los cuatro años y nada. Otra mierda de goma. Ya me estaba empezando a calentar, estaba realmente cabreado con todo lo relacionado con la industria de las gomas de borrar. De modo que ahora ya no estaba solo preocupado, sino además de mala leche. Pero en éstas, se me acerca otro vendedor de gomas, con aspecto muy sencillo y carita de buena persona, y me ofrece su producto diciendo que sus gomas están hechas de un material especial y que además ellos han consultado a otras personas como yo que suelen comprar gomas de borrar y no les ha ido bien y, a partir de esa conjunción popular, han creado la mejor goma posible. No me regalaban ningún tipo de seguro ni enciclopedia ni ordenador ni ningún otro chisme por el estilo. Lo que sí me garantizaban es que con esa goma podría borrar todo lo que quisiera y volvería a ver todo como si lo estuviera viendo por primera vez. Esta vez me lo pensé y no compré la goma al instante. Le dije al vendedor que me lo iba a pensar. Que llevaba mucho tiempo utilizando gomas de borrar que no servían para nada y que antes de comprar otra lo tenía que recapacitar bien. Además, mi economía estaba pasando por un momento de crisis y no era cuestión de gastarse el dinero a tontas y a locas.


De modo que esta vez continué mi camino mientras pensaba qué tipo de goma era la que yo en realidad necesitaba y qué tenía de novedoso la goma que me ofrecía aquel joven tan galante. Y, entonces, como si se tratara de una inspiración, me vino a la cabeza la solución. Primero en forma de pregunta:


- ¿En realidad podemos borrar?


Y, después de tantos años invirtiendo en gomas, llegué a la siguiente respuesta:


- No podemos, mientras no cambiemos la imagen que tenemos de la goma y la forma de utilizarla.



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