¡Esto me suena a griego!
La lengua coloquial de los angloparlantes posee una expresión para indicar que algo es incomprensible. La suelen utilizar aquellos que no entienden algo o que simplemente se dejan llevar por la inercia de la comodidad (o la vagancia) cuando se trata de ir más allá en el conocimiento de las cosas.
La expresión a la que nos referimos es That’s Greek to me, que viene a significar algo así como “Esto me suena a griego”, en clara referencia a la lengua hablada por los habitantes de esa península olímpica bañada por las aguas del Mediterráneo, Grecia, que posee un alfabeto diferente al utilizado por las lenguas occidentales modernas, de origen latino.
Curiosamente, ambos alfabetos (griego y latino) están emparentados, son primos hermanos, pues los caracteres que utilizamos para comunicarnos de forma escrita derivan del alfabeto griego, sólo que con algunas variaciones de carácter tipográfico y fonético.
La explicación de la expresión That’s Greek to me tiene un origen histórico que se remonta a la Edad Media, cuando la todopoderosa Iglesia Cristiana decidió erradicar el griego de su liturgia. Sin el auxilio de los textos bíblicos y ecuménicos, el griego terminó por olvidarse en Occidente durante la llamada Época Oscura de la Historia europea para convertirse en sinónimo de lengua incomprensible y majadera. Luego lo recuperarían las huestes intelectuales del Renacimiento para incorporarlo a su estudio en colegios y universidades.
Frente a algo que no se entendía, se decía “Esto me suena a griego”, tal como nosotros solemos decir en la actualidad “Esto me suena a chino”. De ese empleo de la palabra griego, y como transformación de la misma, presumiblemente surgió también la palabra gringo, que se aplicó primero al inglés (“Ese tipo habla gringo”), esa extraña lengua de origen germánico por la que nadie se había preocupado en nuestro país hasta hace unas décadas.
Posteriormente, el mismo vocablo gringo se aplicaría, por extensión, a todo el que hablaba inglés, significado que se mantiene hasta hoy como sinónimo de extranjero, especialmente referido al de origen inglés o alemán ("Fulanito es un gringo"). De modo similar a lo que ocurría en castellano, en el latín medieval existía también la expresión “Graecum est; non potest legi” (“Es griego; no se puede leer”).
Sin embargo, la lengua que el imperio romano impuso en todo Occidente a golpe de espada y asedio de catapulta, dando lugar a lenguas romances como el castellano, se encuentra en una tesitura tan oscura como la del griego.
Efectivamente, el latín tampoco se salva de la hoguera, ya que también se le suele atribuir la etiqueta de lengua sombría, como así reflejan expresiones de nuestro lenguaje como “Fulanito sabe latín”, para designar a una persona que sabe mucho, no sólo por sus amplios conocimientos, sino además por ser especialmente taimada y ladina. Incluso tiene, a veces, un uso peyorativo: “No tengas tú cuidado con ése, que sabe hasta latín”.
En resumidas cuentas, tanto el latín como el griego se consideran popularmente lenguas incomprensibles, propias de gente de otro mundo, anticuada, nada guay y en constante riesgo de extinción debido a su preocupación por conocer y saber.
Pero lo que muchos torquemadas desconocen es que tanto el griego como el latín son los antepasados de una lengua (el castellano) que usamos a diario, que nos da de comer a muchos en estos tiempos de crisis, pero que la gran mayoría de usuarios se obstina en hundir barrenándola sin ningún tipo de miramientos.
Somos conscientes de que las lenguas son seres vivos que deben ir evolucionando. De hecho, las lenguas son por naturaleza mestizas, son el producto de la interacción con otras con las que han flirteado a lo largo de su vida por razones de diverso tipo (geográficas, históricas, etc.).
El castellano, sin ir más lejos, es una lengua romance que procede del latín, pero a lo largo de su periodo de formación se ha relacionado con otras lenguas como el griego (por razones culturales), el árabe (por razones históricas) o el portugués y el francés (por razones geográficas), sólo por poner algún ejemplo. Todas ellas han dejado constancia de sus devaneos con la lengua de Cervantes aportando numerosos vocablos y expresiones que han perdurado a lo largo de siglos.
Caso aparte merece el inglés, que quizá sea la lengua moderna que más ha influido en el castellano en los últimos tiempos debido a la constante afluencia de nuevos términos o neologismos relacionados con distintas disciplinas científico-técnicas, pero especialmente con el mundo de la tecnología, sobre todo con las tecnologías de la comunicación.
Prueba de ello es que, poco a poco, se han ido incorporando al propio Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como así da fe la nueva edición del mamotreto institucional publicado recientemente por la institución antañona. Tal es el caso de palabras como tuit, sms, bloguero, manga, chat o tableta electrónica, a las que ya no hará falta entrecomillar cada vez que se utilicen.
La evolución de una lengua es irremediable pero, a pesar de ello, todo organismo vivo conserva en su cadena genética unas características fundamentales que lo definen y diferencian con respecto a otros organismos de naturaleza distinta. En el caso del castellano, esos eslabones primordiales o primigenios que lo distinguen de otras lenguas del mundo se hallan en el latín y en el griego.
Por eso nos hemos propuesto la titánica empresa de recordar, en próximas entregas de “Te cojo por la palabra”, el origen de determinados vocablos o expresiones de la lengua que usamos a diario a través de historias y anécdotas, muchas veces insospechadas, inauditas o simplemente divertidas, que nos harán recapacitar sobre nuestros antepasados lingüísticos que, en el fondo, no eran nada antiguos y se lo pasaban tan bien (o mejor) que nosotros. Sólo es una cuestión de perspectiva.