Las hordas cruzan el Mississippi
El Lagunero, diciembre de 1996
Procedente de las tierras desoladas de la antigua Unión Soviética (la utópica Chiquitistán), y a través de las ondas hertzianas, venimos padeciendo desde hace algún tiempo una nueva oleada histórica del bárbaro invasor, de la cual no hemos tomado conciencia aún a pesar de que se pasea diaria y nocturnamente por nuestros ojos.
Esta nueva conquista, a diferencia de la sufrida en los albores del siglo VI por la espada y cetro de los pueblos visigodos, se diferencia por su carácter sutil y subliminal. Cada noche desfilan ante nosotros las hordas invasoras travestidas de presentador guapo y bien parecido, de gitanillo gracioso con camisa hortera y lengua ininteligible, de solterona “salidorra” pero entera; amén de otros personajes que pululan incansablemente por el plató del Mississippi en una suerte de Comedia dell´Arte repetitiva y caduca.
-A mí es que la Veneno me gusta mucho.
-Dirá usted el Veneno, porque es un tío.
-Esa tía tan alta, tan guapa y tan graciosa, con ese cuerpo tan escultural, ¿es un fulano?
-Hecho y derecho, a pesar de la silicona.
Las hordas invasoras vienen acaudilladas por un Atila posmoderno, que ha cambiado la armadura y la espada por el traje de sport y la hoja de un guion sin el cual estaría más indefenso que el osito de Mimosín en la Guerra del Golfo.
Don Pepe Navarro, un Ulises falto de ingenio, se esfuerza en dirigir con su sonrisa histriónica y cínica a un circo de sirenas salidas del fondo pantanoso del Mississippi, pero al igual que los marineros incautos de la Odisea termina por sucumbir ante el canto melodioso de sus propios monstruos y cae en las garras de la vulgaridad.
-¿Pero de verdad que la Veneno es un fulano?
-De los tacones a la peluca.
-A pesar de eso está muy buena.
-Estará “muy bueno”. Usted sabrá.
De primer espada de Atila Navarro figura un personaje camaleónico y ubicuo, gracioso y ocurrente hasta que se excede en la interpretación de sus variados papeles: Lucas Grijander, réplica psicótica y churrigueresca de Chiquito de la Calzada, humorista único en su género, inimitable a pesar de sus imitadores que son cada día más: su vocabulario y expresiones, al menos, han calado en la ignorancia de muchos ciudadanos de a pie que utilizan no ya como chiste fácil y nada ocurrente, sino como recurso de estilo propio.
-A mí me gusta también ese que enseña el culo…
-Cantinflas lo enseña igual y con más gracia.
-¿Y qué le parece el Picolín?¿A que es gracioso?
-Tiene la gracia de un somier.
-Y usted es un “torpedo”.
-“Nuclear”, para más señas. Así que tenga cuidado con lo que dice.
Otro de los personajes “carismáticos” del programa es una tal doña Reme, una suerte de cruce entre la institutriz de Heidi y la doña Urraca de nuestros tebeos de la infancia. Doña Reme pasea por el plató una reprimida ninfomanía oculta bajo los siete velos de su soltería, los cuales va retirando inopinadamente en una danza sigilosa, pero frenética, de constantes y sutiles roces con Atila Navarro.
El contenido del programa rezuma sensacionalismo y amarillismo por doquier y por mor de un mare magnum de temas insólitos e inauditos y una pléyade de invitados que se debaten entre lo incongruente y lo irracional, entre lo vergonzoso y lo soez.
-¿Vio el otro día el concurso de pedorretas?
-Las ventosidades casi se podían disfrutar a través de la pantalla.
-Los concursantes parecían motos de carreras.
-Y España entera, el Circuito del Jarama.
Las hordas del Mississippi han invadido nuestras casas y nuestras vidas. Las hordas del Mississippi están fustigando nuestra inteligencia y contaminando nuestra lengua sin remisión. Las hordas del Mississippi están abordando nuestra cultura y convirtiéndola en un legajo del que se desconoce su pasado y del que apenas se adivina su futuro. Las hordas del Mississippi, al igual que otras que arremeten a diario contra nuestra cultura, están minando nuestra identidad y terminarán por devolvernos de nuevo al principio de la cadena evolutiva.
Hasta entonces, ¡Feliz Navidad, pecadores de la pradera!