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Historias de piratas

El Lagunero, febrero de 1997


Leo en la prensa de enero, ese mes de pocas noticias y muchas rebajas, tiempo de rebajas periodísticas: “Los piratas de Disney pierden el apetito sexual”. También leo que Clinton, durante la ceremonia/fiesta de su segunda investidura (y última), jura convertir América en tierra de promisión.


Pienso si tendrá que ver una noticia con la otra y me abandono en los brazos (¿o en los garfios?) de los piratas de Mr. Walt: me seduce más la ficción creativa de la factoría Disney y, sobre todo, lo del apetito sexual.


Resulta que la moralina yanqui, la ética absurda del ciudadano medio americano, que es quien ceba la política inquisitorial del Tío Clinton con sus votos velados de un puritanismo hortera, se quiere cargar la imagen viril de los piratas y convertirla en un sucedáneo de madre superiora ursulina (las ursulinas rasas y las novicias sucumben siempre al placer espiritual de la carne) o en achicoria de recluta ahíto de bromuro y de impotencias castrenses.


“No es políticamente correcto”, dicen, que unos señores con un parche en el ojo y pañuelo de lunares anden por ahí levantando las enaguas a las doncellas con la punta de su pata de palo, en acrobática postura.


La atracción de feria de Disneylandia (treinta años en cartel) ha sido clausurada hasta nuevo aviso: o los piratas se vuelven eunucos o el Capitán Garfio, John Silver el Largo y otros bucaneros ilustres pasarán a la historia, a los anales de la piratería.


Mientras tanto, en España, salen a la palestra otras noticias similares, también de corsarios: con la llegada del nuevo año, el Erario Nacional quiere maquillar su lóbrega imagen de tesoro antiquísimo y convertirla en sistema monetario más lozano y “a la europea”.


Lo que no entiendo de esta bagatela numismática de corsarios españoles (a la sazón, piratas con montera) es que se invierta nuevo dinero en acuñar dinero nuevo cuando el euro insinúa ya su estampa integradora y de diseño a través del crepúsculo del siglo XX.


Releo en la prensa de enero: “Los piratas de Disney pierden su apetito sexual”. Creo que es una maniobra gubernamental y facistoide del Tío Clinton. Quieren cercenarle al pirata, a mis piratas tan lascivos, no sólo lo que yo me sé, sino su vida misma, como si fueran una especie menor exterminable. Mientras esto ocurre, el Tío Clinton espera, con los pantalones a la altura de los tobillos, que prospere o no la denuncia de una antigua secretaria por unos asuntos de acoso sexual.

En Madrid, casi simultáneamente, se ha montado un sarao a cuenta de la publicación de “La Psicología de la personalidad y sus trastornos”. El profesor Quintana, catedrático/caudillo de Psicología de la Universidad Complutense, tiene revuelto el patio de la facultad, pues considera en su manual del fascista progre que los negros son una raza inferior, los orientales torpes, los musulmanes violentos y las mujeres unas neuróticas (y los piratas unos “salidos”).


Eso sí, todo ello acompañado por una tesis muy científica y harto moderna de tropecientas páginas. A algunas cosas es mejor no darles la importancia que no tienen: la indiferencia es la mejor arma contra la necedad.


Releo en la prensa de enero: “Convertiré América en una tierra de promisión”. Y pienso que el Tío Clinton (deus ex machina de las tragedias mundiales) haga lo que quiera durante su retiro presidencial y bíblico y nos deje a los demás, al resto del mundo, privados de su paraíso y a las puertas del infierno.


Yo, en particular, me quedo con mis piratas lascivos en mi laguna estigia.



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