Retrato con marina al fondo
El mar está como un plato. Desde esta ventana, luce como una pieza de vajilla recién estrenada, con su brillo de mercancía nueva y sus virutas de espuma salada. El mar es como un gran estanque cuyos muros son los oscuros bordes del Universo, una burbuja estelar de donde emergen unos lamparones ocres con forma de continentes.
El mar insufla argumentos de papel desde lo más profundo de su lecho: piratas de falanges ganchudas rebujan la estancia de Neptuno en busca de tesoros y de ninfas; tiburones de esmerilada ortodoncia amenazan la modorra de un grupo de bañistas confiados; héroes de audaz melena escapan al acoso de sirenas y cíclopes… En el lienzo del mar se van proyectando los argumentos como en una gran pantalla de cine y yo observo desde la tribuna de mi ventana el espectáculo azul del verano.
En el mar picotean las gaviotas una ensalada de plancton. Los peces subastan su carne entre un grupo de pescadores, mientras unos niños desnudos aguardan con unas rodajas de pan duro para comerse la carnada sobrante. Los barcos entran y salen del puerto como hormigas guardianas de la ensenada. Junto a la orilla, una familia apura unas tortillas como soles de papa y cebolla, mientras el mar les humedece los pies con su urgente saliva. Los niños juegan al fútbol con la brisa, corriendo tras una pelota que Eolo se niega a chutar.
Una mujer lucha con la muerte en lo alto del acantilado. Un hombre tira de ella hacia el vacío, pero ella clava sus miembros en el suelo como cimientos de su vida. Él insiste, quiere ver a la mujer convertida en gaviota del crepúsculo. Ella se abandona ante la inminencia de la homicida metamorfosis y él arranca, al fin, las raíces de un amor contrariado. La mujer vuela despeñada en busca de un saliente donde posar su alma. Mientras tanto, él llora lágrimas de pirata desde la botavara del acantilado.
Ana María, hermana pequeña de Salvador Dalí, me describe el mar desde la ventana de esta lámina (su retrato), desde la cual me asomo cada verano, pues llevo veinte años entre rejas por un delito de amor contrariado que Ana María se obstina en recrear frente a la ventana del cuadro.
Cada año, por agosto, saco de la taquilla mis marinas de papel (entre las que se encuentra esta “Muchacha en la ventana” pintada por el genial Dalí) para que tomen el aire enrarecido de esta celda y se bronceen con los rayos que no traspasan su sombra de hormigón.
A Ana María le gusta describirme el mar de Cadaqués, un mar cualquiera, y recordarme que tras los muros de esta cárcel sigue luciendo el estío. Pronto lo veré yo también. Sólo me quedan dos años y un día. Y, entonces, volveré al acantilado.