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Orgasmo de romerías


Estamos en pleno orgasmo de romerías que en Tenerife comienzan con los juegos preliminares de Tegueste allá por mayo, “cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campor en flor”, según el anónimo Romance del prisionero.


Mi orgasmo personal se dilata un poco más, llega más tardío, acá por julio, con la romería de San Benito, la de mi pueblo patrimonio de la mundanidad.

Suelo ir a San Benito de romería (como esgrime la copla), aunque strictu sensu es la romería la que viene a mí.


No soy muy dado a estas paradas de exaltación del orgullo étnico, pero todos los años me gusta acercarme a la misma esquina, como buen asperger, para tomarle la temperatura a la fiesta, que este año estuvo más bien fría pues serenó dentro y fuera de la cabalgata.


Me gusta extasiarme con esa riada de carretas descarretadas, bestias meonas y magos con gafas de sol. Por allí desfila el paisanaje, vaso en ristre degustando los mejores caldos de la comarca (es un decir), buscando la inspiración de Baco para al final de la jornada encontrar la mejor esquina donde mear o dormir la mona.


Después de tantos años, la fiesta sigue igual. Algunos dirán que “como corresponde a una fiesta tradicional”, pero el caso es que la tradición se echó a perder ya hace tiempo.


Tampoco vamos a decir que la fiesta se ha devaluado porque las acciones de San Benito no cotizan por ahora en Bolsa, aunque las pintas de yuppis de algunos, con sus gafas de sol y todo, confirma esa especie híbrida que surgiera en las romerías hará algunas décadas, cuando a aquel gilipijo de mi adolescencia se le ocurrió añadir al traje tradicional el complemento hortera de los espejuelos negros.


Todo sigue igual: las mismas carretas de andar por casa, algunas confeccionadas con el carrito del súper, y los mismos niños tirando a dar a la multitud, que a mí una vez un huevo duro me acertó en todo el colodrillo y todavía hoy sigo espantando las cáscaras del recuerdo.


Las yuntas siguen igual de sacrificadas y meonas, ese descomerse líquido de las vacas que es como una caudalosa lluvia dorada que tanto excita al populacho que brinca y chapotea entre vapores míxticos.


Tras las yuntas vienen las carretas, apretadas de magos como en un metro chino, lanzando vituallas al populacho que agradece siempre que se lo alimente de balde (panem et circensem).


Siempre estoy atento al paso de Juanito el del Valle, recién afeitado, con su olor rancio a Floid y su sonrisa descalabrada de dientes negros. Juanito aprovecha siempre las romerías para alquilarle la vaca floja al incauto de turno y sacar así unos evros para comprar el pienso a las bestias y jalarse unos tanganazos con lo sobrante. Pero este año no lo vi pasar.


Al final, la cabalgata se diluyó en un fluir caótico de empleados municipales de la limpieza que iban recogiendo adolescentes borrachos que aprovecharon la excusa folclórica para montar su particular botellón.


¡Viva San Benito y los padres que los parieron!


Zurrón Vintage
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