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Día del Orgullo LGTB


Hace unos días se celebró en Madrid la cosa esta del orgullo gay (ahora lo llaman LGTB) con una cabalgata multicolor donde se manifestaron miembros del colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales, más algún que otro exhibicionista que aprovechó la ocasión para mostrar en público lo que no se atreve a enseñar el resto del año. Vamos, como un carnaval.


Por estos lares no estamos en contra de este tipo de festejos, pues defendemos a ultranza lo festivo como máxima expresión del instinto humano y entendemos que es bueno todo aquello que sea salir del zurrón, pero creemos que ya ha llegado la hora de que los LGTBeros de este mundo pasen a ocupar el puesto que les corresponde en la sociedad, es decir, el de ciudadanos libres de a pie corrientes y molientes.


No queremos entrar en discusiones bizantinas sobre homofobias latentes, pero a estas alturas de la película pensamos que estos colectivos cuentan ya con el reconocimiento social y el apoyo institucional debidos merced a leyes que les permiten, entre otras cosas, contraer matrimonio o adoptar niños, cosas impensables en la sociedad matriarcal en la que vivimos, pese a la opinión del feminismo.


Para atraer la atención de la hembra, el pavo se engalana de un arco iris de plumas y entona gorgoritos entre lascivos y atropellados. Es una ley natural que el macho atraiga a la hembra a través de variopintos medios. Sin embargo, pensamos que a estos pavos LGTBeros lo menos que les hace falta es salir a la calle a enseñar el culo para llamar la atención y reivindicar sus derechos.


Después de casi 50 años celebrándose (conmemora los disturbios homófobos en el barrio neoyorquino de Stonewell en 1969), esta parada del Día del Orgullo queda ya un poco demodè.


El barrio de Chueca en Madrid es un claro ejemplo de convivencia sana sin la mediación de plumajes y botas de plataforma, un claro ejemplo de que gays y lesbianas son seres humanos como el notas que se sienta en la esquina del barrio a tirar de la cachimba y a echarles piropos a las extranjeras que llegan atraídas por el glamour de las reinas del desierto.


A los LGTBeros de este mundo les queda la asignatura pendiente de creerse iguales a los demás. Reivindicando la igualdad ataviados de cadenas sobre una carroza engalanada de lascivia, consiguen distanciarse aún más del objetivo que persiguen.


La verdadera igualdad la encontrarán afrontando sin complejos, cara a cara, día a día, libres de maquillajes, los embates de esta sociedad humana que no sólo es homófoba, sino también maltratadora, racista, machista, capitalista y muchas istas más.


Lo del Día del Orgullo LGTB debe tomar otros derroteros menos banales para convertirse en un acto de conciliación y no en una aventura de diferenciación extrema. Y, si no, que cambien el carnaval para el 28 de junio, que yo también me apunto. Me vendrá bien como catarsis de final de curso.



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