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Míster Onán


Buceando por los guetos de Internet, me topo de bruces con una noticia muy curiosa que publica un diario sensacionalista británico.


Parece ser que a unos productores de la televisión inglesa se les ha ocurrido la cachonda idea de organizar un concurso de masturbaciones, gayolas o pajillas, que diría el sin par Torrente; certamen donde al parecer van a congregarse los onanistas más prestigiosos que eyaculan en vano sobre la faz de la Tierra.


Vamos a aprovechar la ocasión que nos brindan estos señores de bombín y corbata para comentar algunos aspectos lingüísticos (dejamos los otros para los especialistas) acerca de ese rijoso vocablo que generalmente se utiliza como sinónimo de masturbación y que figura como tal en el Diccionario de la Real Academia. Nos referimos a onanismo, palabra derivada de Onán, personaje bíblico.


Según el Antiguo Testamento, Onán era nieto de Jacob y segundo hijo de Judá. Er, su hermano mayor, murió sin que Tamar, su esposa, le diera descendencia, por lo que Judá, invocando el levirato, le ordenó que la recibiera como mujer.


El levirato, una institución de la ley mosaica, obligaba al hermano de quien moría sin dejar descendencia a casarse con la viuda y yacer con ella para perpetuar la rama genealógica.


Según cuenta el Génesis, Onán, sabedor de que la prole así concebida no iba a ser suya, cuando yacía con la viuda de su hermano derramaba el semen por tierra para no procurarle descendencia. La práctica no fue bien vista por Dios, quien le mandó la muerte a Onán.


Una errónea lectura del texto atribuyó a Onán la práctica de lo que hoy, impropiamente, se denomina onanismo, cuando lo que en realidad efectuaba no era otra cosa que la popular “marcha atrás” o coitus interruptus, según la lengua del poeta Ovidio que también se las hacía buenas tras las esquinas ocultas del foro, según podemos colegir en algunos pasajes de su Ars Amandi o Arte de Amar.


Como venimos explicando en otra sección de nuestro blog, Polvo de dioses, las religiones y sus mitologías, en su intento de explicar la naturaleza humana, nos hablan sobre el origen de determinadas prácticas sexuales y ahora sólo nos queda por descubrir cuál es el fin último de ese fementido torneo pajillero de los ingleses, tan filántropos ellos siempre.


La lectura, deliberadamente equívoca, del texto bíblico se explica simplemente por el interés pretérito de determinados sectores de la Iglesia por tratar de reprimir ese sincero gesto de amor propio tan significativo en el macho que, según aquella, provoca flojeras, desorden mental y hasta la implacable ceguera.


Seguro que al certamen manual comparecerá más de un sujeto como el que describía el periodista y escritor de principios del siglo XX, José María Carretero, más conocido como El Caballero Audaz, en su obra Amor de medianoche, cuya lectura recomiendo:


De su vicio lujurioso eran reliquias su raquítica complexión, la turbiedad de su mirada miope y esa palidez azulosa, marchita e inconfundible de los onanistas.

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