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Coleta subió al Cielo en patineta


O en una cometa blanca.


Gloria alcanzó la gloria de los cielos, ese patio tan particular que está entre las nubes, al que solo suben a jugar los niños y los escritores cuando terminan sus deberes en la Tierra.


Gloria juega ya en el limbo de las Letras, tejiendo poemas para los Mocosos del Cielo y para Papá Mocoso, o sea, Dios, que tiene las barbas blancas y verdes de sonarle los mocos a los mocosos del limbo.


Gloria es ahora Mamá Mocoso y está sentada a la derecha de Papá Mocoso. Tiene sus pies alfombrados de niños que esperan a que Coleta saque de nuevo la patineta y les dé un garbeo por las páginas de la Literatura.


Quieren hacer puenting tirándose por el acueducto de la letra M, quieren ver las estrellas a través del objetivo de la O, quieren escalar la pared de la I y robarle el puntito que es como un conguito de microscopio, y quieren hacer un collar con las demás letras del abecedario.


Coleta llegó de joven a Madrid, tan pizpireta, para limpiar de telarañas los caserones. Coleta estudió “Formación Profesional para mujeres”, que era una carrera de andar por casa que se estudiaba para andar por casa.


Coleta fue a los Estados Unidos a enseñar el idioma de posguerra a Clintinito y a Obamita y a otros mocosos de pelo de zanahoria y sarampión en la cara, para que de mayores pudieran llevar la democracia prurilingüe (¡qué palabrota!) a los rincones cuadrados del mundo redondo.


Coleta quiso hacer de su imaginación un poema y fue dejando trocitos de su cerebro en las cajas de galletas, en las solapas de las chaquetas, cogidos con afilados alfileres, y en algunas libretas.


Coleta tenía aspecto de señor fofo, de cobrador del agua con chaqueta y corbata como una lengua de camaleón. Coleta llevaba en su maletín de cobrador del agua riadas de poemas en los que se bañaban los niños como en una boca de riego.


La misma riada se la ha llevado al limbo, a seguir contando sus historietas a los niños que han conocido la muerte antes que la vida. Los niños del limbo escuchan las historietas de los vivos por boca de Coleta y quieren bajar todos a la tierra a buscar el tiempo perdido o nunca encontrado:


A la vaca Paca que da merengue en vez de leche, al gato Félix que es feliz siete veces, al gallo Morrón que está gordo como un porrón y ya no canta al amanecer, al caballito de mar que juega con las sirenas al Grand National en el Hipódromo de la Cazuela.


Los niños del limbo no quieren comer más que las sopas de letras de la abuela Coleta. Sólo beben el caldo y dejan las letras para armar el poema que Coleta les canta. Los niños se ríen de las chanzas de Coleta y de cómo mueve el bigote cuando se regaña.


“¡Coleta está gorda!”, gritan los niños. Pero ellos no saben que Coleta está hinchada y henchida de historietas, de poemas, de cariño… Coleta es un oso panda que se alimentaba de las hojas que una vez leyó. Coleta lleva en su barriga una biblioteca:


Los diccionarios, que son una gran paella con millones de ingredientes; la poesía, que es el remedio para el empacho narrativo; el teatro, que es la cacerola en la que los alimentos se explayan como en una playa púbica; los libros de gastronomía, que son el menú de la Literatura.


Los niños de antes, que son los padres de ahora, recuerdan a Coleta cuando les contaba historietas o les cantaba canciones en “Un globo, dos globos, tres globos”.


Para Coleta la Tierra es un globo que se le escapó.


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