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Don Quijote de la Mancha: Caballero de la Triste Memoria


Otra de las patologías médicas abordadas por el Dr. Hernand en su prolijo estudio sobre neurología y literatura es el denominado Síndrome de Korsakov.


El Dr. Hernand cita varios casos en la literatura universal, pero los hace derivar todos del personaje principal de la obra cumbre de la literatura moderna, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, porque para eso es obra ejemplar donde las haya desde que la escribiera, con la mano buena, Don Miguel de Cervantes.


Pasemos, pues, a comentar someramente y en primer lugar algunos aspectos que definen la personalidad de un individuo aquejado de este Síndrome de Korsakov y a continuación explicaremos las relaciones que el Dr. Hernand traza en torno a la figura del que mi tío denomina Caballero de la Triste Memoria.


El Síndrome de Korsakov es un trastorno de la memoria caracterizado por una amnesia generalizada, desorientación en el tiempo y en el espacio, y un intento de compensar las lagunas de la memoria a través de diversos subterfugios mentales.


Entre los principales síntomas, el Dr. Hernand destaca la amnesia anterógrada o incapacidad del sujeto para realizar nuevos aprendizajes, y la amnesia retrógrada o afección de la memoria a corto plazo, “con lo cual el paciente presenta dificultades para recordar los hechos posteriores a la enfermedad”.


Del mismo modo, el Dr. Hernand apunta en algunos pacientes determinados episodios de confabulación y de falsos reconocimientos, así como el pobre contenido de sus conversaciones que se dirigen siempre al mismo tema. La persona cree que tiene la edad que tenía al empezar esta enfermedad y piensa que se encuentra viviendo en esa época. Todo lo que hace actualmente se le olvida con rapidez.


Todos sabemos —incluidos nuestros alumnos de bachillerato— que Don Quijote se vuelve loco de leer tanto libro de caballerías y es, según el Dr. Hernand, “a partir de ese momento en el que hay que situar el punto de inflexión en la manifestación patológica del Síndrome de Korsakov en Don Quijote”.


“El mismísimo Cervantes”, continúa el Dr. Hernand, “se hace eco de estas dolencias en el capítulo I de la obra”. Efectivamente, de allí podemos entresacar algunos pasajes célebres. El Dr. Hernand justifica, por ejemplo, la etiología (causas) de la enfermedad que padece Don Quijote en el siguiente párrafo:


Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aún la administración de su hacienda…


Y describe los primeros síntomas del síndrome en este que sigue:


En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio: y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.


El Dr. Hernand comenta que la dejadez que hace Don Quijote de su vida —que a partir de entonces se limita al fantasioso universo de los libros de caballería—, “le provoca no sólo desvelos y otros trastornos del sueño, sino una malnutrición básicamente deficitaria en vitamina B1, que le produce lesiones simétricas en el tálamo dorsomedial, cuerpos mamilares, hipotálamo, y otras áreas como el fórnix y cerebelo; incluso atrofia cortical”.


El Dr. Hernand añade que, aunque Cervantes no lo manifiesta expresamente en el texto, estas secuelas son debidas también a que Don Quijote se hacía acompañar en sus largas jornadas de lectura de algún caldo manchego o de la ribera del Duero, que bebía sin medida, anestesiando su mente para los asuntos de la realidad, pero acelerando sus desvelos hacia los fantasiosos mundos de Amadises, Palmerines y Orlandos Furiosos.


El Dr. Hernand manifiesta que el Síndrome de Korsakov suelen padecerlo pacientes con un cuadro médico de alcoholismo crónico, “por lo cual es de suponer que Don Quijote le daba al trinque y que en esto tiene algo que ver también el sospechoso bálsamo de Fierabrás”.


En cuanto a la desorientación espacio-temporal, es obvia la misma durante la obra cervantina pues Don Quijote se cree revivir las hazañas de sus héroes novelescos, recorriendo la geografía española “como un Hércules que cruza el Mediterráneo para desfacer los doce entuertos que le ha impuesto su tío Euristeo”.


Don Quijote pone el pie en ventas encantadas, en las que mantean a Sancho por no pagar sus facturas, en ínsulas baratarias y en numerosos campos de batalla y demás geografía mítica.


Los episodios de confabulación también están presentes en los síntomas que padece Don Quijote. Así, por ejemplo, Don Quijote se cree perseguido por un funesto sabio encantador al que llama Frestón, artífice de la desaparición de sus alucinantes libros y de su virulenta biblioteca, y


que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar; y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede…


De este modo, el nuevo mundo en que se queda anclado don Quijote tras la manifestación patológica del síndrome es un mundo preñado de gigantes, que en realidad son molinos; secuestradores de princesas, que en realidad son frailes de san Benito; regimientos de caballeros que en realidad son patrulla de yangüeses; organizados ejércitos que en realidad son rebaños de ovejas; fantasmas que tratan de llevarlo enjaulado ante la princesa Micomicona, que en realidad son sus amigos y vecinos que buscan la manera de retornarlo a casa, etc.


Todo lo cual nos lleva también a los falsos reconocimientos propios del Síndrome de Korsakov, como es el caso de la sin par Dulcinea (Aldonza Lorenzo) o el cura, en el cual reconoce Don Quijote a la figura del arzobispo Turpin. “Todo lo anterior es claro ejemplo”, insiste el Dr. Hernand, “de los síntomas alucinatorios propios del síndrome que nos ocupa”.


A veces se observa también en los afectados ciertos síntomas de apatía y melancolía que suelen suceder a episodios de euforia, “cosa que apreciamos”, según el Dr. Hernand, “en algunas actitudes de Don Quijote que le valen el apelativo de Caballero de la Triste Figura”.


El Dr. Hernand señala el capítulo XXVI, en el que Don Quijote recuerda la figura también melancólica de Amadis de Gaula mientras llora la ausencia de su amada:


… y sirviéronle de rosario unas agallas grandes de un alcornoque, que ensartó, de que hizo un diez; y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase, y con quien consolarse, y así se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea…


El resto del informe, magistralmente elaborado por el Dr. Hernand a la tradicional manera de la ensayística estructuralista, no escatima en detalles y abunda en más ejemplos sobre lo ya apuntado con prolijas descripciones.


Además, el informe concluye con un anexo (en formato Excel), en el que enumera cada uno de los capítulos de la obra de Cervantes y la relación de síntomas que confirman la devastadora acción del síndrome de Korsakov en la mente desquiciada de Don Quijote.


Por razones de espacio, no añadimos el anexo y lo dejaremos para la ocasión de la publicación de su obra póstuma, que todavía está lejana, para solaz de mis detractores. Hasta entonces, los seguiré entreteniendo (zafios, ilusos, bienintencionados y rarillos) con la dorada píldora de estos opúsculos.


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