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Hijos de Homero

Con Homero nace y muere la Literatura Occidental. Nada hubo antes y nada habrá después, salvo ingeniosos plagios. Y no siempre.


El otro día hablaba en clase con mis escolásticos (alumnos del PP Sistema) sobre el oficio de escribir y llegamos a la conclusión de que el escritor no es más que un lector degenerado, un tipo insatisfecho que ya no se conforma sólo con leer. Quiere más.


A diferencia de lo que creen muchos, la literatura no es un oficio que se herede como una carpintería o un fonendoscopio, no es algo que se lleve en la sangre o impreso en la cadena de ADN, como si el código genético fuera el prólogo de esa gran obra literaria que está por venir.


A la escritura se accede por intercesión de la lectura, hay que someterse a un largo tratamiento médico que tampoco garantiza resultados: no todo lector deviene escritor. Este tratamiento consiste en leer todo lo que les sale al paso a nuestras narices, da igual lo que sea: hasta en los recibos de la luz (que ahora vienen cada dos meses) podemos encontrar esa chispa que alumbre la senda que nos conduce a la escritura.


Hay que leer y leer hasta que uno se vuelve loco como Cervantes y entonces ya no encuentra otro remedio a ese trauma que inventarse su propio caballero andante para espantar los demonios que se han ido apoderando de nuestra razón.


Porque en esa historia de El Quijote el único enfermo es Cervantes, chiflado de leer novelas de caballerías y colocado de fumar la mandanga que se trajo de la guerra con el Turco. Cervantes es el primer camello literario que tantas alucinaciones ha creado entre legos y eruditos.


A la escritura, pues, se llega por necesidad, el lector deviene escritor por generación espontánea; cuando te vienes a dar cuenta estás perfilando los primeros personajes y poniéndolos a jugar en ese nuevo patio literario que se convertirá en libro o no. Da igual si esa obra se publica, del mismo modo que dan igual las lecturas que hayamos ido ingiriendo por vía ocular durante el tratamiento.


Obviamente en esa escritura se trasluce nuestra experiencia lectora, con lo cual podemos concluir que toda escritura no es más que una degeneración de la lectura y que los escritores son esos grandes degenerados, lectores insatisfechos que pervierten las obras ajenas para crear las propias. Insisto.


Siguiendo esta línea de pensamiento, descubrimos que la Historia de la Literatura Occidental no es más que un cúmulo de plagios y perversiones disfrazados de cierta genialidad y que el único católico fue Homero, al que no se le ocurrió otra cosa que inscribir sobre el tallo de una planta los cuentos de sus abuelos.


Homero es el poeta gurú cuya virtud radica en redactar de forma magistral las leyendas que ya contaban sus antepasados desde época inmemorial. En la obra homérica están condensados todos los géneros literarios, de modo que nos hemos pasado casi tres mil años de literatura desmontando y montando a Homero como piezas de Lego.



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