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Código Quijano



Releo uno de tantos estudios sobre El Quijote. Parece ser que unos eruditos de Cervantes han descubierto el Código Quijano (el título es mío, para que luego no haya problemas con los pendejos de la SGAE) después de tantos años dándole vueltas a El Quijote sobre el sagrario de la mesilla de noche.


Ahora que se ha puesto de moda sacarle un código secreto a todo engendro literario que venda más de cinco mil ejemplares, faltaba descubrir el gran enigma de esa guinda cervantina, que no hace más que corroborar lo que era evidente desde Homero: "un escritor, un mundo."


Eso que siempre se había llamado ampulosamente poética personal, ahora la basca gusta llamarlo código secreto, porque parece ser que cada autor encierra entre los barrotes de su obra literaria una historia abominable y nefanda que sólo puede ser decodificada por los grandes eruditos y críticos de arte.


Por lo visto, Cervantes era un judío converso que no se conformó con la apostasía, sino que ingenió todo un código secreto para hacerse el listo y que los inquisidores de la época, que no veían más allá del jocico de un potro de tortura, no lo trancaran.


Según estos ínclitos cervantinos, en El Quijote se esconden una serie de claves esotéricas que conectan a El Manco con el mundo de la hechicería, el sufismo y otras creencias poco ortodoxas para aquellos tiempos de incontinencia religiosa.


Así, por ejemplo, afirman que cuando Cervantes nombra La Mancha en realidad no se está refiriendo al lugar geográfico, sino que es una metáfora de la condición judía de don Miguel, algo así como una mácula moral.


En los cientos de libros que he leído en mi vida, nunca he llegado yo a tal grado de abstracción y erudición literaria, pero creo saber de donde proceden estas alocadas teorías: la manía que tienen algunos de leer siempre el mismo libro. Estas cosas sólo ocurren cuando uno se entrega al enfermizo acto de releer: empiezas a ver demonios filosóficos donde antes sólo había angelical poesía.


Cada libro es un mundo y todo mundo tiene una cosmogonía que pervertimos al releer. A diferencia de lo que piensan muchos, releer conlleva un nuevo acto de creación y lo único que se consigue con cada nuevo big-bang es adaptar la naturaleza íntima y genuina de cada libro a la nuestra propia.


De ahí que haya señores muy bien preparados que piensan que Don Alonso Quijano no estaba loco de leer libros de caballerías, sino que en realidad estaba poseído por algún tipo de demonio, que tratará de exorcizar durante sus andanzas de caballero andante venido a menos. O que la llegada de los héroes manchegos a la venta durante una tarde del viernes, en realidad simboliza la llegada del Sabbath judío, etcétera.


El acto de releer conduce necesariamente al lector a un endiosamiento, pues se cree en el derecho de interpretar un libro a su antojo, de pervertir su naturaleza, sólo por el mero hecho de que es el único que se ha leído en su vida. ¡Hay cada uno!



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