El oráculo
Irrumpió en la librería y la atravesó corriendo ante la mirada atónita de los pocos clientes que a esa hora visitaban el local. Quería comprobar si estaba allí, pero alcanzó la sección correspondiente y descubrió que no quedaba ninguno.
Llevaba un día de perros, nada le salía bien. Cuando se levantó por la mañana y metió el pie en aquel orinal que no le pertenecía, ya entonces sospechó que ocurría algo extraño. Después, los acontecimientos del día habían ido confirmando sus sospechas hasta que no aguantó más y decidió que debía buscar la solución en aquella librería. Pero ahora se enfrentaba al peor de los contratiempos. Se hallaba en un callejón sin salida del que tenía que huir cuanto antes.
-¡Por Dios, lo necesito! –gritó, desesperado, con la mirada puesta en el techo.
El dependiente se acercó y le susurró, amablemente, al oído:
-Está bien, señor… Sígame, pero baje la voz, por favor.
Ambos se encaminaron a la trastienda. El dependiente le rogó que se sentara y, acto seguido, le entregó el libro que buscaba. El sujeto lo abrió y respiró aliviado cuando comprobó que en aquella versión no había ningún orinal junto a la cama.