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Fargo


Blog oficial de Cristo Hernández

Acabo de terminar el último capítulo de la serie FARGO. He tenido la posibilidad de verla casi de un tirón y, aunque no lo crean, a través de la vía legal. Mis perras y mis dioptrías me cuesta sufragar mi adicción a las series norteamericanas de acción e intriga, pero hay que mantener con la boca cerrada a los pendejos de la Sociedad de Autores para que luego se repartan las migajas de la propiedad intelectual entre los listos de siempre con la venia del gobierno de turno. Otro día le dedicaremos a este tema una diatriba en forma en otra de nuestras secciones.


La sensación que nos deja Fargo es muy semejante a la que nos dejó en su día el largometraje homónimo dirigido por los hermanos Coen, productores ejecutivos de estos primeros diez capítulos que me descubrieron hablando solo en el cuarto de estar y pidiendo a gritos por la ventana una segunda temporada.


Fargo es una serie que conmueve por su franqueza visual y argumental que no permite concesiones a la indiferencia ni resquicios a lo políticamente correcto. En esta línea conecta con otras series como Breaking Bad, al demostrarnos que nadie es bueno por naturaleza y que cualquiera, llegado el momento, puede convertirse en el peor de los monstruos, disfrutando incluso durante el tránsito.


La acción de la película transcurre en Bemidji, un pueblo de Minnesota (Estados Unidos), dominado por un paisaje y un paisanaje asolados por la nieve. El blanco es, por antonomasia, el color del celuloide y en esta serie es el lienzo perfecto sobre el que se van tejiendo con hilo púrpura las distintas historias personales que van aportando chicha al esqueleto del hilo conductor que se desata a partir del siguiente planteamiento argumental:


Lester Nygaard, un pusilánime vendedor de seguros, conoce en la sala de espera de un hospital a un asesino despiadado y sin escrúpulos, Lorne Malvo, con el cual congenia casi de inmediato. Lester se queja de que el abusón del colegio, después de varias décadas, sigue todavía denigrándolo en público. Le desea la muerte y Malvo le sugiere que podría hacer realidad sus deseos.


A partir de aquí se desencadena una serie de asesinatos que van a ser investigados por una policía novata que nos recuerda mucho a la interpretada por Frances McDormand en el largometraje de los Coen. Quienes hayan visto este último reconocerán de inmediato los numerosos guiños que nos van dejando los guionistas, como miguitas de pan, a lo largo de los diez capítulos.


Por otra parte, ambas policías nos hacen rememorar a ese tipo de investigador que nos regaló en su día el inspector Colombo, de aspecto frágil y de buenas maneras, medio tolete en apariencia, pero tozudo y molesto como una mosca cojonera.


Nos llamó mucho la atención la reivindicación que se hace de los personajes pusilánimes que intentan reinventarse a sí mismos, tratando de relegar su pasado gregario a través de procedimientos poco convencionales, llegando a evolucionar hacia un estadio moral bastante cuestionable.


Como contrapunto están los personajes que representan por naturaleza el lado oscuro, entre los que destacamos a Lorne Malvo, interpretado magistralmente por el actor Billy Bob Thornton, que hace su primera aparición en la televisión para dejar una huella indeleble en el paseo de la fama con su interpretación de un criminal que creará escuela entre los asesinos de ficción. Se nos dio un aire al Javier Bardem de No es país para viejos (también de los Coen), pero en plan más charlatán y sentencioso.


En resumen, nos encontramos ante una de las grandes series de los últimos tiempos, a la altura de Breaking Bad o True Detective, que figuran entre nuestras favoritas. Recomendamos, pues, su visión en serie y los "empalamos" para la siguiente entrega. Saludos desde la Cuarta Dimensión Caníbal.

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