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Agustín Espinosa: surrealismo ulceroso


Blog oficial de Cristo Hernández

A Agustín Espinosa el surrealismo le salía del duodeno. El surrealismo de Agustín era un surrealismo que le iba naciendo de las entrañas a medida que la úlcera le iba agostando el optimismo generalizado de las Vanguardias, a medida que la úlcera lo iba jodiendo.

Porque el surrealismo de Agustín Espinosa no era un surrealismo optimista, eufórico ni bienintencionado como el de Bretón o Pèret.

A Agustín el surrealismo ulceroso se le notaba en la mirada, con unos ojos de besugo ojeroso que él mismo le describía a Juan Ramón Jiménez en asiduas cartas. Espinosa tenía ojos de besugo y planta de señorito/dandi.

En la foto de carné que se conserva de su paso por el Diario de Las Palmas (ahora ya no se estila el carné de periodista, sino la obscena ficha plástica colgando del cuello) se adivina a un gánster de provincias, con el ala del sombrero atenuando la mirada tísica, con el traje impecable y los cuellos diáfanos como culatas de pistolas.

Agustín Espinosa reprodujo, como nadie supo -o no quiso- hacer en España, el surrealismo francés. Sólo lo alcanzan, sombras en el camino, el irreverente Buñuel o el díscolo Dalí de los primeros manifiestos.

Pero Agustín no se limita a parafrasear a Bretón, sino que le da un baño de alquitrán al galo y lo presenta al gran público como uno de los ángeles negros de Machín, unos ángeles inversos, caídos del cielo, fetichistas, adúlteros y sádicos (del Sade literario).

En Agustín Espinosa reside la esencia del surrealismo español, acaso insular (Gutiérrez Albelo, López Torres, etc.), el verdadero surrealismo, frente al bretonismo light y castizo de Aleixandre y pocos más.

El Espinosa joven, lector enconado de Rubén Darío, del primer Juan Ramón Jiménez y de los posmodernistas como Carrère (véase Noche de polichinelas, editado en la revista Castalia) se va despojando de gasas y plumas de pavo real a medida que la úlcera se le amotina en el duodeno como un cáncer de piratas, un modernismo al que termina aniquilando con Crimen, que paradójicamente -o a posta- se divide en estaciones, como las Sonatas de Valle Inclán.

Crimen es el surrealismo ulceroso de Espinosa en su punto álgido y supurante, es la obra cumbre del surrealismo español (¿europeo?). En Crimen hallamos todo lo que hay que esperar de un surrealista de cojones. Y más:

El extrañamiento de las cosas que propugnaba Bretón:

Sentí una ternura que me llevaba a acariciar todas las cosas: lomos de libros, filos de navajas, hocicos de gatos, rizos de pubis, prismas de hielo, lenguas de perro y pieles de marta, gusaneras y bolas de cristal.

La Nochebuena de Fígaro.

O el humor negro/escatológico:

Ella se masturbaba cotidianamente sobre él (…) Se orinaba y se descomía sobre él. Y escupía -y hasta se vomitaba- sobre aquel débil hombre enamorado (…) Ese hombre no era otro que yo mismo.

Crimen.

Pero Espinosa sube un peldaño en la escalera de caracol que había diseñado el surrealismo francés (una espiral encerrada en sí misma) y la convierte en escalinata de palacios modernistas sobre la que Agustín riega la tisis de sus entrañas al dictado de la úlcera que le iba sorbiendo el cerebro (nuestro más sincero agradecimiento a la úlcera), como una sanguijuela que impusiera su propio canon estético, sanguinolenta de surrealismo.

Y así Agustín nos deleita con el morbo, con un erotismo obsceno de francotirador (masturbación, necrofilia, fetichismo, prostitución, adulterio…), con su ética de lo muerto, de lo estéril y de lo inanimado como una forma de reventar prejuicios estéticos y morales; el tratamiento de la mujer (de María Ana, su musa andaluza, destaca “el hueco rosa y caoba de sus axilas sin depilar”), etc.

Se cuenta que Bretón, cuando vino a Tenerife (el maestro-discípulo visita al discípulo-maestro), subió a las Cañadas del Teide y se humilló ante el paisaje del mar de nubes, confundido como un indigente al que le abruma la majestad de un colchón de plumas.

Bretón, entonces, descubre el surrealismo de verdad, respirando una nube, penetrando la húmeda virginidad de la nube (como “las viejas” de Aleixandre, las nubes transpiraban surrealismo por sus encajes).

André Bretón se da de narices contra el surrealismo de Agustín Espinosa, un surrealismo que el maestro no sabe interpretar con la perfección del discípulo, porque el surrealismo de Espinosa es, además, ulceroso. Y para eso había que tener el duodeno hecho una mierda.

Agustín Espinosa muere en los albores del 39, desventrado por una operación irreversible, víctima de una llaga interior que se lo quiso llevar al otro mundo a cambio de una magistratura en la estética de las Vanguardias. A cambio de un surrealismo ulceroso.

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