Manías de año nuevo
La Opinión de Tenerife, 3 de enero de 2006
Cada cual tiene sus manías y la mía en Año Nuevo es levantarme temprano y hacer un poco de ejercicio.
Hace un par de años, salía a la calle y me hacía una horita de carrera continua, a trote suave, como se diría en la jerga propia de la basca del atletismo. Disfrutaba como un enano sin complejos levantándome a las ocho de la mañana, esa hora a la que los cadáveres de Año Viejo regresan a sus tumbas con las solapas manchadas de chocolate caliente.
Así que, más tardar a las nueve, después de los consabidos ejercicios de estiramiento y calentamiento articular, estaba ya pateando las calles de mi ciudad a un ritmo elástico y alegre, esbelto como un pincel africano con mi malla ajustada a los cuádriceps y mi camisa de calentamiento dry fit, que daba gusto verme. Cualquiera hubiera dicho que venía de disputar una de esas asilvestradas sansilvestres de fin de año que tanto proliferan por las calles de esos mundos civilizados.
Durante mi entrenamiento matutino, me topaba mayormente con atolondrados escolásticos que regresaban a sus casas de la barra libre de turno con un deambular beodo, trastabillando entre vapores alcohólicos y discutiendo por la piba que no se habían ligado mientras el tímido del grupo tarareaba el último éxito del reguetón, que es algo así como las Mañanitas del Rey David, pero en versión tuneada made in K-Narias.
Algunos escolásticos encontraban la fuerza suficiente para dedicarme una ovación y otros me recriminaban tan atlético desprendimiento con una invitación al manicomio o parnaso de los chiflados. Yo no les hacía mucho caso, aunque más de una vez sentí la necesidad de pararme y propinarles una buena filípica acerca de la conveniencia del ejercicio físico y la hermosura de unas musculosas piernas tuneadas de lycra.
Pero al final me achantaba y prefería no abusar de unos pobres jóvenes en franca inferioridad dialéctica (los petardos que escondían en los bolsillos también eran un factor disuasorio importante).
Correr en una mañana de Año Nuevo no consistía en un ejercicio físico sin más, aleatorio, irresponsable, exento de toda lógica intelectual o social, sino que era toda una experiencia vital y renovadora del espíritu que me acercaba un poco más a ese karma tan ansiado por los adictos al panax gingseng.
Daba gusto correr una mañana de Año Nuevo, sin circulación automovilística, por medio de la calle, saltándome todos los semáforos, mientras la ciudad dormía entre ebrias jaculatorias que reclamaban el reino de Morfeo.
Pero ahora ya no salgo a correr. He cambiado las zapatillas por la bicicleta estática, que es una forma más cómoda de hacer ejercicio pero sin moverte de casa. Lo de la bicicleta estática siempre me pareció una paradoja de la Física más elemental, pues por mucho que le das a los pedales no te desplazas ni un milímetro, con lo cual el trabajo que realizas se desvanece en julios de un sudor que no te conduce a ninguna parte.
De todas formas, el esfuerzo sigue estando ahí pues me endoso entre pecho y espalda una horita de spinning extenuante mientras un entrenador virtual me recuerda a través del monitor del ordenador que a la puerta de mi casa hay una legión de zombis, con las solapas manchadas de chocolate y los bolsillos llenos de petardos, amenazando con reventarla.
¡FELIZ AÑO NUEVO!